Exclamación (Relato banal Nrº3)

Necesidad



Hubo un tiempo en el que Samuel, nuestro curioso amigo en esta historia, no podía sino pensar en los innumerables tipos de quesos que existían en el planeta, hasta el momento en el que él, falleció.

Un pobre muchacho de 19 años que no solo pensaba en el futuro que tenía por delante, sino, también, en todos los tipos de quesos que podía comer, y quería comer. Si vamos a eso, Samuel tenía una rara enfermedad, una de esas que afectan una pequeñísima parte de tu cerebro, pero que la Medicina aún no ha descubierto por el simple hecho de que aún falte trecho que caminar con las enfermedades.

Por los momentos, la enfermedad le hacía oler tipos de quesos en las mujeres, chicas de su edad o que estuvieran a su alcance. Raramente las que eran más alegres, les despertaba un olor a queso de cabra, las más tímidas, un olor a queso azul, un poco rancio si estas eran personas corrompidas por dentro.

Samuel, que le hablaba a toda chica que se le atravesara en frente, y que ya había percibido esa sensación lechera, no única, sino poco usual en los humanos de oler quesos en las mujeres, esta vez en su primer amor, su primera vez.

La chica olía a roquefort, Samuel que siempre había sido un chico normal, no pudo disimular su excitación voraz esa vez, quería penetrar aquel queso roquefort, quería que aquél olor quedara impregnado en todo su cuerpo, en su miembro, en su alma. Lo hizo con la dama, ella le entregó su flor, sucumbida ante el amor, o simplemente tal vez la chica sólo lo usaba para tener más experiencia con otro, que más da. Ella, al fin y al cabo, se dio cuenta de que Samuel era algo especial, y no era por su porte, no no, a las chicas de esa edad no les importa eso, les importa solo la sensación de tener a un eufemismo como ser humano, tener a un tierno ejemplar humano sub-desarrollado a sus pies. Pero Samuel desde ese instante prosaico, se dio cuenta de que vivía por los quesos, y para los quesos.

Supongamos que no era el queso en sí lo que atraía a Samuel, ni la vida de estos en el planeta, más especifico, su vida física, sino su olor; olor que permanecerá hasta que el humano desaparezca, porque algo tan versátil como tal comida no va a desaparecer de la noche a la mañana para nosotros.

La cuestión es que Samuel estuvo dedicado desde los 17, hasta los 19, a catar los olores que desprendían las mujeres, estuvo familiarizado en tal tarea, pero tampoco es que se volvió todo un Don Juan. Lo que sucede en la realidad, es que los seres humanos sienten el deseo primitivo de aprovechar la juventud para procrear y así dar seguridad a la raza, pero como eso está mal visto en la sociedad de hoy en día por cosas como el minimalismo y la "decencia" es en este momento de la historia la Ley de Vida, ahora los jóvenes prefieren tener mucho sexo entre sí, con disparando fuera de la vaina protección claro, sólo para calmar ese deseo. Samuel no era el caso, sólo quería sentir aquel olor que era tan primario como el aire.

Un día, Samuel caminaba por la universidad normalmente, catando los olores que en su ciudad ya se le hacían normales, quería oler quesos de afroamericanas, de gitanas, de indias, de asiáticas y también, claro, los olores maduros que desprendían las mujeres MILFS con cierta edad adulta CUARENTONAS. Aunque en tal momento, Samuel percibió un olor a queso sumamente anormal, algo que no había sentido antes, algo diferente se alojó en su cerebro por completo.

Samuel hizo todo lo posible, dedicó canciones y profirió promesas a esta chiquilla tan especial, dedicó cartas palurdas de poco sentido lírico y se dedicó a mostrarse más dominante que el macho anterior que había estado buscando la compañía de tal ser.

Lo logró, y así comienza lo interesante.

Una noche, después de haber seguido a tal mujer a su morada, este le pidió su compañía para la noche.

-Es que te quiero como a nadie-Dijo Samuel.

-Pero aún me duele mi anterior noche de sexo-Dijo la hermosa chica que tenía por nombre Susana.

-Seré lo más gentil posible-Respondió Samuel con entusiasmo, revelando que en los ojos de Susana había tal brillo que pedía el genital del macho en sus adentros.

-Pasa a tomar agua-Con voz gentil invitó el queso andante.

Con muchos agradecimientos en boca, el muchacho se introdujo en lo que sería una noche de sexo anal de amoríos desenfrenados. Aunque Samuel no se percató del ligero olor acre, podrido y voluminoso que se esfumó al instante, pero que causó dentro de él un ligero estupor, algo que le recorrió la espina dorsal como un latigazo, aunque muy leve, algo que le avisaba lo que iba a suceder...

En plenos gemidos de vacas, cerdos y chivos, Samuel y Susana se revolvían en sus mundos, aunque a los ojos de cualquier fisgón pareciese que estuvieran unidos como perros después de coger, los dos deambulaban por parajes muy remotos; Susana queriendo tener mucho de aquel miembro, retorciendo su hermoso cuerpo para su querido, para demostrar que disfrutaba realmente aquello, y bueno... Samuel olía todo aquel poco de hiel que se acercara a sus fosas nasales, disfrutaba de aquel oloroso queso que, poco a poco se desprendía y perdía su esencia, al parecer.

No se lo podía creer, estaban en pleno clímax, y no había podido soportar tanto como con otras, aunque lo hizo en este caso extremo. Tenía que hacerlo, no podía ni perderse un segundo de aquel maravilloso y cremoso olor a queso furibundo. Y ahí estuvo, Susana en pleno escenario de orgasmo revolviéndose entre sus sábanas rosas perdía el gancho que había permitido tal noche, mientras que Samuel entraba en plena desidia mental, se arrojó afuera de la cama golpeando su cabeza contra una mesa de noche, no lo concibió en su mente llena de olores a quesos.

-¿Dónde está? ¿A dónde ha ido? ¿Por qué se fue?-Se retorcía en estos enunciados el pobre Samuel.

Lleno de preguntas rompió a llorar, Susana completamente confundida no podía poner sus sentimientos en orden, la razón estaba perdida porque a penas había salido de un orgasmo que para ella fue asombroso, pero frente a sus ojos se presentaba algo mucho más diferente a lo que sentía... Samuel se quitaba la vida tratando de atravesar su ojo y las fosas nasales con objetos puntiagudos, vidrios rotos, ángulos en el baño del cuarto, hasta el piso si es que encontraba algo útil. Todo eso mientras gritaba "!El olor a queso¡ !El olor a -pop pop pop- queso¡".

 No lo podía entender, trataba de tranquilizarlo la muy querida Susana, pero el semen de sus piernas le incomodaba, y aún más las incoherencias de aquel pobre muerto, sin saber que hacer, sólo quedó a esperar acurrucada en un rincón, el más apartado posible...

Toda empastada de fluidos humanos y un muerto en su baño, esperando a cualquiera que llegase de primero, Susana se dedicó a contar ovejas sangrientas, ovejas peludas, facinerosas y muy sangrientas.


Epílogo


Susana a los nueve meses ya tenía un bebé entre manos y una terrible experiencia que contar al mundo. Su novio, del que estaba enamorado, pudo haber sido ante muchos ojos lo peor que le pudo haber pasado, ante ojos bizarros, una historia más para cualquier momento de ocio, y que vale la pena recordar. Samuel tenía un problema, un ligero problema. Él tenía cáncer, un tumor cerebral, sólo el comienzo, pero que afectaba las partes fundamentales del Ser Humano, la respiración y los procesos estomacales. Por eso a veces Samuel se cagaba encima antes siquiera bajaba su pantalón, por eso Samuel se exasperaba en sus relaciones sexuales y no duraba más que un puberto.

Susana no se lo tomó tan mal cuando se enteró, para ella fue una de las mejores cosas que le puede regalar la vida a un humano, algo para afrontar el mundo entero, la necesidad. 


























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