Exquisito pesar (Número perdido)

"Hay que hacerlo molestar, es la única forma por la que puede morir" 
Me apresuro.

Era una playa, un golfo, había mar, es un maldito sueño, ¿Cómo puedo estar seguro de decirte lo que es? Además, el color era muy extraño, ámbar claro, azulado, como si pudiera tener la última oportunidad de morir en ese mar, me llamaba. 

El edificio estaba poseído por la última fuerza malévola del universo, quedaba muy cerca de una carretera infinita, que a veces se convertía en autopista, otras veces en carretera. Llegué caminando al desolado lugar pareciendo un actor famoso con una gran ametralladora ¡COSA MÁS GRANDE! Sólo tenía algo grande como mi mente ayudándome a soñar cosas innecesarias, solitario y seco de mente + músculos = No era una buena combinación. Las casas se alzaban coloridas, como el sol cuando muere y su única esperanza de vivir es en la mirada de ineptos soñadores como yo, pues, ¿Quién más recordaría fácilmente los últimos colores de nuestro Sol sino fuera por nuestros sueños? 

Gritaba y gritaba al edificio, golpeaba sus paredes como queriendo derrumbar las bases de la maldad inerte e infinita que quedaba en ese pequeño mundo. Rugiendo una inerte pared me cacheteaba sin siquiera mover una roca, un puñado de tierra,

"Eres inútil".  

Alguien me agarraba de la mano y soltaba pequeños orgasmos mientras golpeaba con tantas ganas un edificio que nunca me dejaría ver su interior, que nunca me acogería como un hijo, lo que quisiera, "...un atisbo de esperanza en tal mar". Escuchar frases que nunca oiré y demás cosas se alojaban en la mole y enorme, porque todo es sabio. Se alzaba su vuelo con lágrimas y una tormenta de emociones jamás contadas por miedo a lo inculto y la serenidad de la muerte ante la risa que da la pena ajena, qué dolor más atenuante, cada vez más atenuante mientras veo que la única felicidad que tengo es hundirme en un mar que se acerca cada mil años.

Estaba una señora ayudando a desenterrar cosas que jamás vi, cosas que jamás dije, y el edificio empezaba a moverse cada vez más. Enamorada de no sé qué y esforzándose en no sé qué pero jamás pudo siquiera con una roca, con un puñado de tierra.

El edificio se movía y empezó a retumbar toda la playa, las cercanías y demás cruces de mi historia, una historia que muestra a una señora llorando mientras se esfuerza por remover lo último malévolo q existe mi mundo, a una mujer que grita a todo dar que sufre de soledad mientras yo la hago sentir orgasmos jamás sentidos mientras busco cosas que jamás veré, cosas que jamás sentiré con mis manos. 

En mis manos está todo. 


Caminaba de nuevo por no sé dónde, caminaba y caminaba y las piedras, las piedras bien acomodadas que seguían y seguían me acomodaba el paso, sonantes pasos de pequeños pies, de los últimos pies malévolos que existen en mi mundo. 

Lo último que recuerdo es su cara sonriente además de su cabello corto, algo levantado en sus puntas, su mirada vacía e inexpresiva con una una mueca en su boca, tratando de imitar algo parecido a la felicidad. Su olor a mi colonia no se me hace más abominable porque de igual forma no se puede ver más allá de tus propios ojos.  Caminar juntos, calmados porque al lugar a donde vamos es el propio y no ajenos a nosotros, debajo de árboles que van soltando sus hojas ya secas y el viento soplando fuerte por una mar que es solamente un río, pero que en la deriva nos ha servido como un mar. Sentados en el parque, arriba de un muro de piedra espectamos los autos soñados, autos invisibles que pasaban solamente en la vida real. Espectamos y nos besamos fácilmente, yo agarraba su frágil pero firme cuerpo, buscando en ella la cama de algún dios parecido a la muerte, porque solamente morir en ella sería descansar en paz para mí. 

-¿Qué quieres hacer conmigo?- Me preguntaba ella anunciando el solemne acto, no respondí a eso, obviamente. 

Porque obviamente es un sueño y a ella no le puedo hablar fácilmente, sería el desafuero de los dioses.

Después de haberse caído aquél edificio aberrante de mi ser, ella me salvó poco después de una muerte cerebral que ya se había hecho inminente en mi destino, sangre brotaba de su nariz, su hermosa nariz que besaba cuando estaba borracho.

Mis oídos sangraban y sangraban anunciando el precio de la vida, el desmayo y el despertar. 

Recordé las veces que discutimos, ella harta de mí y yo harto de no poder dejar de pensarla en un pedazo de papel. 

Pronto.  

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