Pérdida

A lo largo de la escalinata yo la veía hacia arriba, íbamos a la última torre del fuerte, la que estaba más alejada, el aire era algo frío y cortante por aquella lluvia que se acercaba. El sol aún irradiaba la tierra y su cabello ondeando lanzaba junto a destellos, algunos latigazos de olor que incluso parecían tener vida. Yo apreté su mano como si fuera a ser la última vez que la iba a ver, ella al parecer se preocupó y al momento que se volteaba para verme, resbaló y cayó un poco, la aguanté, tenía los pies pequeños y aunque no era gracioso verla sin poco equilibrio, sabía, por confesión de ella, que la única razón por la que daba esos pasos con sus pequeños pies era por mí. Al llegar, la larga escalera parecía muy corta, y algo pequeña, pero era por lo grande y la percepción desde la cima. Ya en la plataforma donde se encontraban los cañones coloniales veíamos la lluvia arreciar a lo lejos de la mar, detrás de nosotros se encontraba todavía poco alto nuestro sol. La abracé y le hablé sobre lo lindo que hubiese sido ver el fuerte en su momento esplendoroso, cuando las piedras todavía no se habían caído o los piratas no arreciaban siquiera en sus mentes aquellas tierras. Ella no me respondió mucho lo que yo apetecía hablar, afirmaba y decía poca cosa al respecto pero me conformé con aquella sonrisa, su beneplácito.

Me dijo que quería hablar de algo conmigo, le dije que claro y le pregunté si quería ir bajando e ir a un lugar donde nadie pueda escucharnos, aunque tampoco era que habían muchas personas en ese momento, quizás unas cuantas veían hasta el fondo del acantilado, que no era muy grande, una familia pequeña cogía de las dos manos a una niña pequeña y la alzaban. Me dijo que no. Solamente quería hablar de algo no cotidiano. Tuve miedo. Las conversaciones se habían vuelto un poco monótonas, sí, quizás porque siempre nos veíamos y agotamos nuestras almas desde hace ya un tiempo. Y no tuve miedo de no poder hablarle, sí podía hacerlo y quizás relatarle uno de mis cuentos inventados; donde todo lo que existía no valía a menos de que no fuera tocado por la mano de dos enamorados, que, viendo el gris mundo por primera vez desde la perspectiva de otra persona, iban valorando y redescubriendo el sentido de cada palabra y acción, cuando esas dos almas tocaban o eran, por accidente, accidentados por algún problema, sus ojos se iluminaban por todos los colores habidos y por haber.

Ella lloró un poco y me dijo que me amaba, le pedí que no llorara y me burlé un poco de ella. Sabía que todo aquél poco sentido de su vida se resumía a la búsqueda incesante que tenía ella por la felicidad eterna. Le dije que en su momento podría ser la muerte, que si había algo que daba más satisfacción, es haber vivido a tu manera, con todo el dolor que conllevaba. No me respondió y me dió la razón. Caminamos un poco y bajamos a una armería, estaba sola y el techo era algo bajo,existía un matacán lo suficientemente ancho y alto para que ella se pudiera sentar, y me dejé caer en sus brazos y un beso cálido. Le dije que de verdad me estaba empezando a aburrir, de todos modos, creo, le dije, el entusiasmo por venir era una simple ilusión. 

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