Títulos perdidos


Existen momentos, en lugares exactos, donde más deseo la cura para la nostalgia; caminando por un viejo parque sin sus bancos, por ejemplo. Sus columpios ya no están, ni siquiera niños hay ahora, como antes, incluso si viera niños sería solamente para observar alguna travesura que no va más allá de romper botellas o pelearse entre ellos.

Cuando observo el cielo en diciembre, me pregunto cuántas veces lo he hecho a lo largo de mi vida, tantos recuerdos y olores que solamente quedan en mi mente como vagos anhelos de felicidad o tristeza, ya casi no siento alguna de las dos, cosa que me preocupa, porque solamente la nostalgia llena esos espacios tan valiosos.

Extraño poder soltar lágrimas de felicidad, odio, temor y amor. Niñez, juventud y ahora no tan joven como cuando tenía diecisiete años es el presente, la pesada realidad. Este mes más que todo es para burlarme del sol, por su ineptitud al querer calentar la tierra donde me encuentre, incluso está mucho más bajo que en otros meses del año, el invierno es omnipotente. Siempre voy por ahí abrigado como si hicieran 19 grados centígrados, y hasta a veces creo que es por miedo interno a no sé qué, ¿A la pesadilla del sol? Invierno, diciembre, la nostalgia de todo un año acumulada, condensada.

¿Ya dije la pesadilla del sol? Me explico: Si alguien no se ha dado cuenta, cuando va llegando este mes, el sol cambia ligeramente su posición con respecto a la horas correspondientes del día y existe ligera diferencias a otros días del año. Me gusta leer sobre este tipo de cosas, las estrellas, los satélites naturales y ciertos planetas, sus trayectorias y en cómo están posicionados con respecto a la Tierra o el mismo Sol, divago.

Es eso, la explicación netamente pseudo-científica está ahí. La que abstraigo, es que nuestro Astro dormita en el espacio por un breve instante, agobiado por cualquier razón que escapa a nuestro entendimiento y tiempo de vida, prefiere en estas épocas desviar sus atentos ojos a otra parte.

Digamos por ejemplo, que es eso lo que pienso sobre el sol, la verdad son muchas cosas más, pero ahora es el turno de la luna.

Hace unas semanas exactamente, sucedió algo terriblemente hermoso, la hora se encontraba aproximadamente entre las cinco y cuarenta y cinco de la mañana o seis con diez minutos de la mañana, estaba la estrella de Navidad posicionada en el firmamento como la primogénita del mismo cielo, candente, hipnotizaba el solo verla, estaba para mí perfectamente en el Este. Debajo, una luna menguante incluso más hermosa que el amanecer se acercaba a la tierra; con mi imaginación y mis borracheras de diciembre, he llegado a pensar que por mi cumpleaños, algún día la luna iba a desaparecer del cielo porque se vestirá con ropas de mujer y aparecería frente a mí, toda esbelta con piel perfecta, blanca como la pienso y unos dientes inexplicables que podrían irradiar una fuerza de atracción mucho más fuerte que la de un agujero negro, pero no soy capaz de soportar el miedo que eso me provocaría, ningún hombre pienso yo, ha estado, está, o estará listo para presenciar el Acto I de la luna, el primer día que bajará del firmamento en cuerpo de mujer, fornicará con un hombre desdichado y en alguna parte del terrible mundo donde vivimos, nacerá un nuevo tipo de bondad o maldad, dependiendo de lo que la humanidad desee para ése entonces.

Yo solamente me limito a decir lo que pienso. Graciosamente, estoy celoso al escribir esto, por ser netamente fantasioso y además, pretencioso, la luna es sólo mía, cuántas veces no le canté yo a ella, solté lágrimas bajo su luz tenue y la acompañé o me acompañó a través de calles solitarias hasta altas horas de la noche, no somos desconocidos, sé y recuerdo los días que no se ha dejado ver porque no la he necesitado, ni echado la vista hacia arriba en claros días, donde en ocasiones también nos deleita con su forma, y a veces, cuando no me muestro por quedar en mi cama postrado guardando reposo, pienso en ella mostrando sus hermosas caderas con el vientre plano, sus piernas gruesas y esbeltas alrededor de las mías, yo acariciando sus bellos pechos, besándole las clavículas delicadas y su cuello perfumado, embriagante, mostrándome lo animal que puedo llegar a ser. Pienso en ella quiera o no, la necesite o no. Cuando la beso, prácticamente me vuelvo loco, mis poemas y los cuentos perdidos son muestra de ello. Cuando la beso y la penetro lentamente, imagino que no soy yo el que le provoca placer, es ella misma que lo genera, pienso en un lugar extremadamente cálido, como un chocolate caliente que envuelve tu lengua, por dentro ella es así, increíblemente agobiante de lujuria, no me gusta pensar que me quedo atrás.

Actúo brevemente: La voy besando desde sus hermosos pies, respiro sobre la piel de su tobillo y de sus pantorrillas definidas, quedo un momento en sus rodillas y vuelvo a besarla con si fuera a morir, porque también se perfuma en ése lugar, la imagino entrecerrando sus ojos, gimiendo levemente, humedeciendose como las extensas orillas de los continentes bañados en océanos, húmeda como el delta del Nilo, o los deltas del Amazonas. Yo también suelto un grave sonido de placer o terror, no puedo encontrarle la lógica a tan terrible mujer, amante del Sol, quizás tenga algo más de razón de la que puedo llegar a creer. Sigo.

Cuando ya me canso de sus dos rodillas, voy besando levemente sus entrepiernas, me acerco, la acecho cual bestia de la selva, la acecho como Alejandro Magno acechó y fue el primer occidental en domar la milenaria Persia, la acecho como a la amante que se disgusta por cualquier discusión, y la abrazo desamparada, me lanzo al vacío del placer, me siento horriblemente pervertido y corrupto al pensar que se compara al dejarse llevar por el mar, no peleas, no discutes, no te mueves, eres solamente tú y el vértigo del profundo mar. Siento su suave sexo con mis labios, la beso ahí como si fuera su propia boca, juego levemente con mi lengua y poco a poco ella, la Luna, sí, la hermosa Luna empieza el primer acto de la historia, saciar la sed del hombre elegido por el firmamento.

No soporto más y utilizo mis manos, agarro sus caderas y la aprieto, bajo hasta sus nalgas y ahora la aprieto suavemente, ella acostada simplemente me sigue el juego, voy viajando a través de innumerables puertos, ríos, lagos, a lo largo de la historia soy todos los hombres en uno solo, su sexo es como la agradable brisa que sube desde la cálida playa, ahora, donde desembarco ha perdido su nombre. Después de besar su clítoris, apretarlo con mi lengua y oler su orgasmo, me dispongo a besar su cuello y pechos, deseosa, ansiosa, no le creo porque es pura fachada, ella tiene la situación controlada, su aparente desaforado pulso me ordena y maneja a su conveniencia, cada latido de su corazón desordena y al mismo tiempo, me ordena el corazón. Pausa. ¿Verdad que me perdí del tema principal? Jódanse.

Sus pechos son pequeños, ella me dice que con el tiempo crecerán, que mis besos los estimularán y se pondrán más grandes, que mis manos al juguetear con ellos les mostrará el tamaño perfecto, decido creerle y los beso con mucha más dedicación, en sus suaves aureolas preveo poco a poco cómo se endurecen, los humedezco, ella da pequeños gritos y saltitos de placer, sonrosados como la tierna carne del salmón, siento que la devoro entera.

Adoro su cuello y sus clavículas, siempre me ha parecido una parte hermosa de las innombrables mujeres con las que he estado, pero dios, solamente quiero las de ella ahora, un año entero la deseé y tuve que darme cuenta de que estoy enamorado, un poco después de los trescientos sesenta y cinco días. La adoro con toda mi alma.

No puedo más y ella me parece una embaucadora perfecta, en presencia, Lilith misma.

Abro sus piernas, y me encuentro terriblemente puesto para el acto, no me reconozco, pareciera que viniera de las incontables guerras del tiempo, con los músculos tensos, la espalda agravante de la fuerza, introduzco solamente una parte de mi candente sexo en el suyo, ella abre poco su boca, me mira inocente, sabe que he regresado de la guerra y no tendré piedad. Me sonríe, la muy maldita, mi hermosa y maldita Luna me sonríe, sabe que ha ganado, a pesar de mi fuerza, ella ha ganado. Voy entrado lento y fuerte, ella me rodea toda, estrecha, siento como la invado de placer, placer que viaja desde su propio vientre, nace ahí y va hasta su cérvix, sus piernas, sus pezones, su boca empieza a salivar levemente y me pide un beso, todavía no, todavía no la he profanado enteramente. Salgo. Ella suelta un suspiro ahogado mientras se alivia, no se lo esperaba y me muestro reacio a entrar, sumisa en un solo momento de su historia, sumisa ante mí, me lo pide, incluso hasta creo que es una proposición. La Luna nunca se ha humillado ante nadie. Entro de nuevo ahora en un lugar que palpita y exuda mucha más humedad que antes, cálido, mucho más cálido que el mes de marzo. Siento de nuevo como provoco en ella el deseo de gemir, va subiendo desde la boca de su estómago, sus pulmones quieren respirar más aire pero este se encuentra pesado, alrededor nuestro aparece una burbuja. Hay un interminable lapsus de tiempo que se repite, repite y repite, el aire se vicia, como la historia que va en reproducción, se pausa, retrocede, avanza. El aire rededor nuestro está viciado.

Poco a poco mi sexo ya no quiere jugar más con ella y alzo sus piernas, la encuentro en alguna parte de sus entrecerrados ojos, sus pechos empiezan a sudar y el mío la acompaña, mi mano izquierda agarra su cadera, entro un poco más de la cuenta y ella se queja de un dolor agudo pero a la vez siente cómo me rodea y siente poder, la suelto, y ahora es mi turno, prácticamente suelto los músculos de mis piernas, y me zambullo por entero, ella no hace más que soltar un gemido, un grito de victoria, estoy completamente dentro de ella, ahí es cuando decido actuar. Ella se mueve y yo me muevo, beso y muerdo suavemente su pecho porque ahora su cuello es otra cosa, van quedando las marcas de mis dientes y ella no se queda atrás y me rasguña por entero la espalda, no me suelta, pero tampoco me deja indemne, los dos sangramos y sudamos y mojamos nuestros sexos con el del otro, cada vez está mucho más húmedo ahí mientras que en otras ocasiones la lastimo porque está agotada de tanto mojarse y exhausta de la tarea de apretarme, en esos momentos es cuando más le duele pero también es cuando más disfruta. Cada vez ella tiembla un poco más que antes, cada vez en la innombrable historia. Yo no puedo más, ella lo sabe y me acaricia, decidido, veo sus hermosos ojos, ya no me importa, salgo de ella. Suspiramos, gemimos, nos preparamos. Hago que se voltee a la fuerza, ella se resiste un poco y me cuesta, lo logro, ahora está sometida y yo obediente a su sexo entro en ella, la jalo inmediatamente por el cabello y entro hasta que el sonido es uno solo, hasta que no hay resistencia y la lleno completa, hasta el fondo, la toco entera por dentro, ella solamente quiere verme; le doy un poco más, ahora ella es la que se niega, voltea su espalda, se pone de pie y yo en el lecho que ahora me parece gigante, me arrastro de espalda, ella se sube y me empuja en el pecho, me alzo un poco, me agarra del cabello y entro de nuevo en ella, ahora es la Luna es humana, porque controla mi ser entero por un pequeño instante, aunque efímero en existencia. Mi cabello negro como la noche es su terreno, me voltea la cara, me muerde los labios, adentra su lengua dentro de mi boca, ahora maneja el placer, sube, baja, sube, baja... Definitivamente no la entiendo, tantas noches deseando la misma historia que les he contado, ¿Y me creerán? Llevo meses, incluso creo que hasta un par de años sin hablar o relatar alguna "fantasiosa" experiencia.

Ahora se acerca el momento, vuelvo a estar sobre ella, pero ahora sus piernas me rodean, incluso hasta ni recostados estamos, vamos en una nebulosa. Ella dice mi nombre, yo digo el de ella, ahora ni me interesa, pero en ése momento, en éste momento, en algún momento, captó mi interés. Voy alzando mi ronca voz, le digo que falta poco mientras abre sus piernas un poco más, acaricia mi espalda, la rasguña cuando le hago daño, voy sintiendo cómo me lleno de placer, viaja hasta mi cuello, mi espalda, mi abdomen, mis brazos y espalda se tensan. Ella vuelve a sonreír y no me deja respirar con sus besos, me muevo más lento, más rápido y mucho más fuerte, los dos lo deseamos, ella está casi cerca, pero eso sería muy perfecto para ser verdad, hagámoslo perfecto. No quiero ése hijo, soy un terrible padre, represento la maldad entera, pura, y mal intencionada voluntad, corrupta ahora, del hombre. Porque si mal no recuerdan, esto es el Acto I, el momento donde la semilla del hombre y la fertilidad de la Luna se vuelven un corazón.

La luna sin embargo me lo pide sin decirlo, y me agobia el querer complacerla, ahora, es mucho más que eso, simplemente llegaremos hasta ése punto de partida juntos.

Discutimos en el acto, nos insultamos, nos besamos, revolvemos el cabello del otro, nos miramos a los ojos, nos enterramos en el cuello del otro, ella gime mucho más ahora de placer, yo sigo resuelto en mi lucha mientras poco a poco sentimos que se va acabando, ella llega al éxtasis, yo siento cómo me aprieta por entero en un instante, ahí, exactamente en ése segundo, me vengo entero, toda la historia en ése punto de inflexión, un pequeñísimo punto de inflexión, donde el hombre y mujer contraen el universo mismo, la creación, en un orgasmo. Ahora siento cómo la marea va llegando, las olas dentro de ella la alivian, a través de eones, adaptamos el lenguaje a una idea abstracta fuera de la realidad, el universo es pulso y contracción, lo que sucede en el acto meramente amoroso y sexual es pulso y contracción.

Ahora damos vuelta a la página y empezamos desde el punto de partida, tantas sensaciones en la carrera mientras yo no siento tanto esfuerzo, amo lo que hago. Ella tiembla cada vez menos y ahora está sensible, muy sensible, todo en pocos segundos, yo termino de eyacular enteramente dentro de ella, existe una tibieza ahí, una relajación incluso hasta póstuma, un recuerdo del cuerpo existe en esos segundos, salgo enteramente, estamos exhaustos la luna y yo, sudamos, nos reímos, nos besamos, recostamos nuestras cabezas en nubes que no nacen o deshacen, escapamos al ocaso encima del inmenso mar mientras nos miramos a los ojos y nos decimos te amo. Ahora ella besa mis mejillas, y yo suavemente posiciono mi mano encima de la escultura más perfecta que Miguel Ángel pudo haber hecho. Solamente puedo decir que su mentón es definido, ligero, suave y a la vez desafiante. Me dice con suave voz de mujer que empieza a sentir cómo baja desde su vientre, le pregunto si alguna vez lo deseó, si deseó que fuera de ésa forma y conmigo, se queda callada, me mira y me besa, no pregunto más. Las siguientes horas fueron de hablar sobre la vida entera que ahora nos deparaba, de reír o llorar, la acaricié entera, o hasta donde llegaban mis manos desde el reposo. Mis párpados en algún punto se volvieron muy pesados, he llegado a pasar tres días enteros con apenas unas ocho horas conjuntas de descanso y debía estar atento a cualquier artificio de ella, pero no pude, lo último que vi, es que se durmió con una sonrisa.

En mis sueños de diciembre, me difumino a través del lienzo que son las nubes, pienso ahora, con veintiún años, que están escapando de algo, el cielo me parece una catarata que a través del día va degollando y lanzando al vacío pobres y desdichadas nubes, hermosas nubes. En el ocaso, la sangre de los nimbos y cirros es tanta que se mezcla con los colores de la tierra y nos entrega los más divinos placeres que la visión podría crear, por eso, cada atardecer es único porque nubes, las pequeñas nubes son únicas e irremplazables, su sangre da los colores puros.

Cuando me marcho del sueño y vuelvo a despertar encuentro mi cama vacía, una nota y un leve olor a nuestros perfumes y el amor que realizamos. Un "siempre te amaré" me basta. Le creo solamente a ella, porque a pesar de que no es una mujer como tal sino una divinidad, puedo confiar en algo y es en lo que hicimos.

Tantas noches he soñado esto que ya es real. Incluso en la vida hay que saber que una divinidad tiene preponderancia sobre el amor de los mortales, pero aun así estoy enamorado de una peculiar mujer que por los momentos no incluiré aquí. La deseo todos los días. Entre las personas existe algo llamado tiempo que limita nuestros quehaceres y pensamientos, para las divinidades eso es una mera trivialidad, una jovial broma que de vez en cuando prefieren llamar "destino" o "azar", para nosotros es algo terrible y pretencioso, infinito y la vez escaso. Para dejar de divagar, ella y yo esperamos que en algún momento podamos ser uno solo, más yo no me fío de la estadía, aunque quién sabe, algo más de tiempo tendré o sacaré. No me quejo. No soy un lujurioso adolescente, tampoco soy un robot asexuado. No fuerzo las cosas como antes, a lo bruto, pero tampoco me fío de la paciencia, ambas son extremidades amorfas y contrarias al pensamiento. Recuerdo que un diciembre también me casé y tuve sexo por primera vez, viajé a través del Sistema Solar y encontré una fortuna de un metal nunca antes visto.

Increíble. Quién llegaría a pensar que dentro de tan poco tiempo, hubiera tanto que decir, existen ocasiones donde solamente deseo conversar y mis amigos, hablar por hablar. También pienso mucho en días fríos, sobre mi futuro y la terrible sensación de que soy aire desperdiciado, con forma y ligereza, siempre me dejo llevar por la música, el alcohol y el juego. Me gusta el sol y broncearme, me agrada el cabello largo, sin forma y en algunos momentos desearía ser calvo y brillar a simple vista. Me tomé mucho más en serio lo de recrear historias porque mi vida se ha acercado a una contracción, el pulso poco a poco va dejando su estela y debo decidir. Ahora veo que me falta o sobra alguien, pero cuando vuelva a pulsar, será para recrear la historia misma, mi historia, la de todos al mismo tiempo. Espero encontrarme por alguna ciudad de Oriente Medio gracias a mis gustos, o en la misma Caracas colonizada, suave, audaz, terrible ciudad. Decidido, elijo a la Caracas de Simón Bolívar y todos los próceres, deseo el Ávila y mucho más allá, la orilla del Atlántico, el mar Caribe. Deseo ir por ahí caminando en empinadas callejuelas y encontrarme en alguna plaza con el bello amor que desee tanto, con mi hija o hijo agarrado de las manos, pienso en saludar la que fue alguna vez amor mío en unos ensueños terriblemente reales, aún faltan años para eso. Mientras, no puedo forzar las cosas como antes, a lo bruto, pero tampoco tengo la suficiente paciencia para eso.

Ahora me limito a conversar con un par de amigos, a sufrir la pobreza de todo hombre, mental o material. Fumo cigarrillos de noche y de día doy cortos paseos para mantenerme a tono. Si no fuera porque en mi lecho siempre hay algo que contar, escribiría cerca del mar, todas las mañanas, por ahora, me dispongo a caminar por calles empedradas y antiguas casonas, el mar me espera en otro momento y lugar, sus olas me llaman, como a cualquier hora del día, sus palabras, el agua raspando la arena, o la arena raspando el agua. Una vez leí que algo terrible sucedería si por cada siglo se retirara un grano de arena de la playa, ése simple pensamiento me agobia. Por ahora solamente me dispongo a caminar y caminar, fumando un cigarrillo mientras voy agarrado de la mano con mi actual novia, como eternos, pero a su vez, creo que ni al tiempo le hacemos cosquillas. Las personas somos viajes, puertos, anclas, todas y cada una son válidas para la felicidad, todo depende del punto de vista, la perspectiva es cuestión de perspectiva, niña malcriada, casarse a los diecinueve, esperar tu eterno amor hasta los veintiséis, ninguna de las dos cosas es la felicidad completa, pero también puede que sea la garantía de una vida llevadera y agradable. El amor, la distancia, los cigarrillos, la estancia, el viento, los perfumes, las conversaciones agradables, los pequeños frutos en nuestras bocas, tu cálido hogar, tu sexo mojado, el agua que me has ofrecido, tu amorosa comida, las noches que he caminado solo, los besos que te he dado, las tardes frías de otoño que te he esperado sentado en alguna silla, tú abrazándome por la espalda o pronunciando un “me encanta”... Algún día, todo se repetirá de nuevo, en una carta, en una conversación, en mi vida las noches no son frías, en alguna parte existe alguien que nos desea terriblemente, pensemos en lo simple que es amar y desear, tan simple como respirar el suave aire de una tarde en el parque esperando a la persona que quieres, o tan simple como sumarse a la eterna caminata de los hombres, en hermosas calles del invierno omnipotente, o como los eternos pasos que das hacia el muelle cuando sabes que pronto zarparás.

24 de diciembre de 2018.

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