Exquisito pesar (Primer trozo)

Para aquella vez, esa vez endemoniada desde que tuve la razón suficiente, quise librarme de Ella para siempre, porque era, a mi juicio, a mi sano juicio. Oh, dios mío...

Era horriblemente placentero, si pudiera revivir mis momentos a su lado, claro que no tendría ganas de volver a despertar, era Ella, la de ojos verdes escarlata, mi amor eterno para siempre. Maldito sea aquel gen, aquel destino que me depararon, porque recuerdo absolutamente todo, desde sueños de hace un par de años, hasta aquellos nombres que solo una vez escuché.

Ahora que puedo relatar, ¿Sería Ella la mujer perfecta? Piel excesivamente blanca, pálida hasta en su sexo, brazos delgados, vientre saludable, cabello ondulado y suave, con un tono castaño claro, casi rubio, rostro angulado, nariz recta, pero agradable, incluso agraciada con unos ojos un poco separados, pero solo es para describir una Diosa Griega prácticamente. Aunque la describo de esta forma, exactamente no sé cual sería su tamaño, en sueños solo puedo ver mis brazos, pero ella cabía perfectamente en mí, y eso al parecer dictaría que es de mi tamaño, incluso un poco más alta, con aquellas piernas largas y delgadas pero que agradan al tocarlas, sentirlas o nada más verlas.

Pasé varias noches a su lado, deseando no despertar nunca, me olvidé completamente de su nombre, y lo sigo buscando hoy entre los mortales, entre las personas vivas, algo que se le parezca a ella o al nombre que pudo tener, pero vivo desdichas y vivo la realidad que es vivir como yo, aunque no tengo mala suerte. Con muchos deseos espero que ella venga de nuevo a mi sueños para robarme la vida con uno de sus besos. Cada noche que pasé con ella solamente la pudiera relatar con tiempo, volvía a despertarme entre aquellos sueños sólo para mirar cuánto día me quedaba por verla, porque la noche no bastaba a la primera, y a la segunda vez, al segundo sueño compartido de uno solo, las cosas que deseé fueron pocas, y así iban pasando los días.

Era ese exquisito pesar el que quería que sucediese todos los días, absolutamente todos los días, porque ese dolor era tan placentero, que solo se asemejaba al de los relatos de vampiros, donde los humanos sentían el placer como nunca antes al ser mordidos y arrebatados poco a poco de su vida circulatoria, era solo comparable al dolor que dicen sentir los sodomizados, un resultado de dolor y placer exquisito, era solo comparable al fuego que cubre a los Altos Tronos de los Demonios en el Infernum, y que en su eternidad, arde con un odiado amor hacia los pecados. Ella era el Octavo Pecado para mí.

Ahora que lo pienso mejor, y trato de darle un verdadero sentido de espacio en mis sueños, un sueño de que sólo suceden...




...En una noche realmente larga para mí, fue la de aquel verano, era una noche temprana porque la hora así lo decía, en sentido claro, por las labores que tuve en el día, desde muy temprano viajar y volver a venir, y pintar de nuevo la casa, esperar y repintar para después quedar exhausto al final del cálido día atareado, que, fue solo el comienzo de una pequeña odisea a través de dolores.

Terminando ya a las 9:00 de la noche, con una cena que a cualquiera le pareciera excesiva, yo realmente me sentía bien, ya bañado, bien comido y a punto de de conciliar el sueño, no pude percatarme que últimamente las cosas me iban bien, realmente pensé que era porque mis pensamientos no se habían estatificado en los males que me rodeaban. Sólo pensé que tal bien, venía, porque en mi mente no posaba ningún mal, pero eso era solamente un engaño, de esa tal cosa, hasta ese día y los días que le siguieron, muy dentro de mis cogniciones, una bestia de impulsos eléctricos no percibidos acechaba, algo que se escondía en mi alma prácticamente, ese día fui una presa fácil para tal mal.

Comenzando ya mi noche de descanso bien merecido, a mi parecer, me percaté del silencio que me rodeaba y rodeaba a los sonidos de mi hogar, de mi pequeño hogar. Se me hacía raro que no escuchara gatos afuera, que no escuchara a mi gata maullar desde el patio, salí hacia el baño, queda justo a la derecha de mi cuarto y no escuché los ronquidos siempre presente de mis padres en el pasillo que queda hacia atrás y la derecha de nuevo y que provienen de su cuarto, aunque sólo se me hizo raro, pensé que no todo siempre tenía que ser igual, que no todo se daba igual, y tal como lo descubriría, hasta a mi se aplicaba tal regla.

Al fin entrando en mi sueño, sólo pudiera decirles que no me sentía como antes en un sueño normal que ya hubiese pasado por mi mente, no podía "controlarlo", en sí, tratar de manipular al pequeño consciente que uno tiene en los sueños, y actúa de muy poca manera en sueños llevados a cabo, sólo me infundió un pequeñísimo pavor, pero extraño al final en mi papel como pensante. En el sueño en que aparecí después, estaba totalmente quieto en un círculo de luz amarilla muy tenue, y esa luz amarilla era lo único que me protegía de algo, y trataba de correr, de mover mis piernas, pero solo podía girar mi cabeza de lado a lado y sentirme impotente. Lo peor de todo, sabía que algo iba a atravesarme la columna vertebral, porque ese era el objetivo de tal cosa, tenía un espanto de lo que sentía, de lo qué me haría si me atrapara y rápidamente traté de calmarme, en un sueño, ¿Bastante estúpido, no?

-¿Alguien ahí? (Mis labios no se mueven, mis impulso mental si)
-Silencio-
-¿Algo va a pasar? (Mi mente trata siquiera de establecer un vínculo con el sueño, no más).

De repente, mi espalda es tocada, pero no puedo moverme, es como si una granada fuera a explotar frente a un soldado, y este solo pudiera contemplar con miedo que ya va a morir, que solo queda ver a la granada. Pero aún así, trato de moverme, porque las caricias se acentúan y comienza a rasgar la camisa, y creo que no solo era rasgar, incluso desollar y roer las carnes de mis huesos era el objetivo de tales caricias. Atravesado por un miedo que te causa impotencia, traté de imponerme, porque era mi mente, Mi mente. Me moví al fin, cuando ya no quedaba más que muerte vertebral real. Me caí a la oscuridad que rodeaba al círculo de luz, hacia un pasillo y ahí la negrura te hacía caer en mareos, no en una caída como tal. A mi parecer, la oscuridad completa solo te marea, la completa e infinita sensación de que, de repente, no veas nada, sólo va desintegrando tu cerebro. Mientras mas veas la oscuridad, más sensaciones de desorientado y desequilibrado vas a sentir, y tus neuronas van quemándose poco a poco mientras tratan de encontrar un estímulo, es por eso que la oscuridad nos hace temer, nuestro sub-consciente sabe que la oscuridad hace daño, aunque tales cosas ya no suceden en este mundo como antes.

Caí a la oscuridad, pero no solo fue hacia la oscuridad en sí, caí a algo más perverso y hacia algo, que, también tenía conocimiento, sabía que sólo soy un adolescente. Cerré mis ojos, y al poco tiempo los abrí. Me sentí abrumado por tales vistas, una alfombra a mis pies fue lo primero que vi, una alfombra turca con diseños geométricos y lo que parecían formulas raras, tal vez en árabe estaban, pero reconocía sus números, eso sí. Había inciensos encendidos por doquier, sabía que algo trataba de ocultar su olor, pero no había otro olor, no había otra sensación, sino esa nada más de saber que estas siendo usado, y que si la persona o cosa en tal caso, que te usa, te agrada, te gusta, te atrae, tú sólo vas a seguir tal cual carnero. Una mesa de oro o chapado de oro también estaba, a mi derecha, sin nada más que comidas exquisitas a la vista, y a mi izquierda había ventanas rodeadas de cortinas de seda, y una brisa templada, una como en un día soleado de invierno, una de esas que pocas veces se sienten.

De repente no sé en qué momento me fui arrebatado de tal lugar y quedé en la cama que estaba justo al frente de mi, y que no pude describir, una cama de esas con cuatros postes altos y rodeados de telas, una de esas, maldita sea. Y adentro, era tan cómodo, con esas almohadas y esas mantas, y parecía tan grande desde adentro, inmensa, muy inmensa, era lo único que podía decir, me sentía en un palacio ciclópeo, así me sentía. Rodeado de cosas con tales magnitudes, que no debían ser medidas, sólo sentidas, percibidas, vistas.

Me vi de nuevo arrebatado de la percepción del tiempo, y ya se hacía de tarde, una luz rosácea atravesaba la habitación, casi purpúrea, anunciando que el ocaso ya estaba y que el palacio ciclópeo parecía haberse movido hacia el este, apuntando sus ventanales hacia allá, y las nubes, dueños del cielo, arrancaban los destellos del último día, arrebatando la última vida del Sol; era a mi vista, lo que estaba sucediendo, inconfundible, porque los colores tenían tal tono que sólo las nubes en sí, parecían bañadas en sangre y telas fenicias con colores azulados de diversos tonos y de rojos intensos, percepciones de luces que sólo se ven si le arrancas la vida al Sol. Y justo al frente de mi cama, de mi morada porque era Mi mente, era. Hasta que percibí que estaba Ella, con su cuerpo cubierto de una fina seda blanca como su piel, y me sentí con unos 3 años más, de repente, me sentía con más edad, y era Ella que me hacía sentir así. La seda cubría sus pechos y parte de su sexo, su parte posterior, pude deducir, no era sino lo que a cualquier hombre puede gustarle, y esas curvas en sus caderas la hacían percibir que no era una cualquiera, que no era un simple amor, era el amor para un hombre, sus ojos y su cabello le caía a ras de sus hermoso cuello níveo, anunciando que no sólo era un intermediario entre cabeza y cuerpo, era un intermediario entre sus besos y su cuerpo. Y me devuelvo a su cabello porque era castaño claro, casi rubio, y anunciaba lo sedoso que parecía, y tuve ganas en ese momento de tenerla, de hacerla aparecer a mi lado, pero solo se paseaba de extremo a extremo en cada lado de la cama. En su sexo solo anunciaba una pelusa prácticamente, no muy bullida de vello púbico, y ahí quise tenerla de nuevo, de hacerla aparecer a mi lado, pero ya no me pertenecía mi mente. Y sus ojos me pedían algo, algo que solo puedes contemplar en alguien que le has demostrado amor, que le has dado algo y esa persona quiere más de eso. Pero sus ojos me pedían a mi, esos ojos color verde escarlata me pedían a mí, y a mi alma. Y de nuevo su cabello, quise tenerlo en mis manos, acariciar su cabello era lo único que quería, porque la quería.

Instantáneamente como quise sentirla, me vi arrebatado del sueño por sonidos en mi cuarto, por casualidad, mi sábana estaba atascada con la lampara que llega a mi litera (duermo arriba) y al parecer, casi la rompo. Me vi empapado de sudor frío y estaba temblando un poco, pero seguro fue por la sensación que me producía el sueño, el estar contemplando una hermosura como aquella, y el saber que en un sueño simple, porque parecía simple (En los sueños, a veces las cosas de las que uno se percata, simplemente uno no las ve, pero uno sabe que está ahí, porque es tu propia mente y es algo que habría que discutirlo en otro momento). No pude controlarme.

Y volvía hacia mi, la sensación de un silencio inconfundible, y creo que a la redonda, en unos 10 o 15 metros alrededor de mi casa, no había más ruido sino el de un silencio, porque aquello debía tener un nombre, por supuesto que mi imaginación aún no llega a darle nombre a ese monstruo, pero así me sentía. Quería volver a dormir mientras sentía todo eso, no había un miedo voraz que me hiciera imaginar vagamente, me sentía de otro planeta, sentía que mis pensamientos eran lo único que llenaba aquel vacío y aquel silencio, el amor... El amor que sentí para aquella criatura llenaba todo eso y todo un mundo, quería volver a verla y sentirme, tal vez, sin poder hacer nada. Pero quería sentirla y tenerla a mi lado, pero por una hora no pude sino más, pensar y hacer cosas banales: vagar por mi casa, fumar un cigarro y que recuerde, pensar en un poco sobre mi suerte. Ese espacio de tiempo antes de que me atacaran las nubes de Morfeo, fue, la primera parte de un sueño que nunca antes experimenté de tal manera.




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